Todos sabemos lo que se siente al estar atrapado en la cama o en casa con una gripe, un resfriado fuerte o un virus. Además de sentirnos miserables por el malestar (dolor de cabeza, congestión nasal y toda clase de síntomas desagradables), nos sentimos miserables por la impaciencia. El tiempo se alarga mientras anhelamos que llegue el día en que nos recuperemos, volvamos a nuestras rutinas y a las actividades que nos gustan.
La mayoría de las veces, nos consuela el hecho de que tarde o temprano los síntomas pasarán. ¿Pero qué pasa con los que vivimos con una condición de salud crónica? Ya sea que afecte a nuestro sistema digestivo, nuestro corazón, nuestros pulmones o nuestro hígado, siempre está con nosotros. Los síntomas y las molestias pueden pasar de días buenos a días malos, pero nunca desaparecen.
Entonces, ¿cómo nos tranquilizamos en esos momentos en que los síntomas se agudizan y nos mantienen postrados en la cama o, simplemente, nos impiden hacer nuestra vida cotidiana?
Este es un dilema que conozco muy bien y que estoy viviendo intensamente en estos momentos. La semana pasada me sometí a otra intervención quirúrgica como parte de mi viaje tras el error de un cirujano hace 13 años. Entre los problemas médicos de toda la vida que me dejó el error del cirujano, a menudo me acosa la fatiga extrema, el dolor, la depresión y la confusión. Esto es difícil y a menudo incómodo, pero sobre todo puede ser extremadamente frustrante. Siempre he sido una persona muy enérgica, acelerada y ocupada. Cuando los días malos se convierten en semanas e incluso meses malos, poco puedo hacer salvo quedarme en casa, permanecer en la cama y esperar.
Ahora, como consecuencia de mi última intervención quirúrgica, vuelvo a estar postrada en la cama. Sería fácil caer en la oscuridad y en la autocompasión, y confieso que a veces he dejado que esto ocurra. Somos humanos. Pero he aprendido que, aunque no es un regalo en sí mismo, estar postrado en la cama o confinado en casa puede abrir las puertas a una serie de bendiciones y oportunidades ocultas si lo permitimos. He aquí algunas de ellas:
Las limitaciones fomentan la introspección. Cuando te apartas de tus actividades habituales, tienes la oportunidad de abrazar el silencio y la soledad, y de profundizar en tu propia mente y corazón. Es un momento poderoso para meditar, rezar, reflexionar, escribir un diario y, en general, conectar con tu alma.
Es un momento en el que está bien poner tus propias necesidades en primer lugar. Son raros los momentos en los que podemos poner nuestras necesidades por encima de las de los demás sin sentirnos culpables o avergonzados. Pero cuando nos sentimos mal, el cuidado personal es primordial. Es el momento de escuchar a nuestro cuerpo y a nuestro corazón y de ser abiertos con los que nos rodean sobre lo que necesitamos para poder avanzar hacia nuestra recuperación, y de decirnos a nosotros mismos que, en este caso, está bien hacerlo.
Te vuelves más espiritual. Cuando hay tanto que está fuera de tu control y en muchos aspectos todo lo que puedes hacer es esperar, hay poco que hacer además de rendirse: a tus cuidadores y al poder superior que te guía. Es un momento propicio para aceptar tu condición humana y tu mortalidad. En los momentos en que he estado postrada en la cama o confinada, he notado que se abre una tierna ventana en mi interior. La entrega es extremadamente poderosa. Te permite vislumbrar el inmenso universo y la perfección de la creación.
Es una oportunidad para poner tus asuntos en orden, física y mentalmente. Durante los periodos de confinamiento, he redactado un testamento en vida en el que expongo mis deseos en caso de que no pueda tomar decisiones. Esto ha significado reflexionar sobre lo que quiero, hablar de ello con mi familia y consultar a un abogado. También hay un proceso físico al que se presta el tiempo de inactividad: organizar cajones, armarios, áticos; decidir qué cosas materiales quieres conservar y cuáles puedes dejar ir. Es muy catártico.
Te das cuenta de los milagros. Los milagros no son sólo los grandes acontecimientos de los que oímos hablar en entornos religiosos, como las curaciones de Lourdes o el maná del cielo. Al contrario: los milagros ocurren a nuestro alrededor, todos los días, en las formas más pequeñas: el brote de una flor, el arrullo de un bebé, un extraño que nos llama la atención desde lejos y nos alegra el corazón con una sonrisa. Cuando estamos en la cama o en casa, el tiempo se hace más lento y nuestra perspectiva se centra en nuestro entorno inmediato. Experimentamos los momentos más pequeños y los milagros que encierran.
La gratitud se amplifica. Cuando estamos en sintonía con los milagros y los momentos más pequeños nos llegan al corazón, nos llenamos de una intensa gratitud por todo, pequeño y grande: alimentos saludables para comer, una cama acogedora para descansar, las personas que amamos, la increíble complejidad del cuerpo humano. Nada puede convertir los retos y la frustración en una bendición como la gratitud.
Así que por ahora, mientras espero que el proceso de recuperación siga su curso, estoy meditando, reflexionando, prestando atención a los milagros y, sobre todo, contando mis bendiciones.