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Está (más que) bien enojarse. El enojo puede ayudarnos a sanar.

It’s (More Than) Okay to be Angry. Anger Can Help Us Heal.

En cierta forma, mientras crecía, llegué a creer que enojarse no era propio de una dama ni socialmente aceptable. “Perdona y olvida” era mi mantra, pero ¿sabes qué? Eso funciona para conflictos cotidianos y desacuerdos pequeños de los que su significancia se evapora con el tiempo. Pero cuando te dañan de una manera que altera el curso de tu vida, como cuando un cirujano removió inadvertidamente mi glándula suprarrenal sana en lugar de la que tenía el tumor, ignorar tu enojo puede ser más dañino que su propia causa.

El enojo crece en el cuerpo. Si niegas tu enojo, no tiene otro lugar al que ir, así que se entierra más profundo en tu interior. Después de descubrir que la cirugía había sido estropeada, mis puños se veían constantemente apretados, por el enojo. Mi estómago estaba hecho nudos. Lo reprimí al principio, temiendo sus consecuencias físicas y emocionales, mas pronto me di cuenta de que las consecuencias de abrazar la ira son menos devastadoras que las consecuencias físicas y emocionales de reprimirla.

Así que decidí adueñarme de este inesperado regalo de ira que me fue dado. Ya había pagado un terrible precio por ello, ¿cierto? Era mío, para abrazarlo y usarlo como me pareciera.

Me permití lloriquear, gritar y desmoronarme. Me permití maldecir (¡nada fácil para mí!). Un buen amigo me aconsejó que fuera a un lugar apartado y gritara, pero eso es muy difícil cuando eres la mamá activa de tres niños pequeños. ¿Sabes lo que terminó siendo mi lugar para enojarme? La ducha. Hice buen uso de ella mientras mis niños estaban en la escuela, abriendo la llave al máximo, aullando bajo los chorros de agua. Incluso escribí cartas de odio hacia todos aquellos quienes sentí que me habían herido, empezando por el cirujano e incluyéndome a mí misma.

Lo que más anhelaba era la paz que vendría con el perdón, y en primera, no vi cómo la ira y el perdón podrían coexistir. Pero la verdad es que, si niegas tu ira, tu perdón será de boca para afuera, una oración vacía. Tratar de perdonar sin enojo es como intentar hornear pan sin levadura. El enojo puede ser un fuego purificador. Incluso la autocompasión tiene su lugar. Los momentos más terroríficos fueron las veces que no sentí nada.

Permitirme estar enojada y deshecha fue una lección que no sabía que necesitaba aprender sino hasta que no tuve otra opción. En lugar de dirigir mi ira hacia adentro para ahogarme, dejé que ardiera hacia afuera y me energizara. Sólo entonces pude empezar a sanar.

Si a ti, como a mí, te enseñaron que la ira es muy fea como para abrazarla, que no tiene lugar en una vida de civilización y buenos modales, hazte esta pregunta; ¿cómo se siente seguir escondiendo y reprimiendo tu ira? ¿Cuáles son los verdaderos riesgos de dejarla salir? ¿Podría ser que el mayor riesgo es sentir el dolor que conlleva?

En ese caso, apóyate en ella. Siente el dolor. Derrama lágrimas. Grita, donde sea necesario. ¿La ducha? ¿El inodoro? ¿Bajo el agua, en una piscina? ¿Al aire libre en tu patio trasero? Está bien. Tu cuerpo y tu espíritu te agradecerán por la liberación. Tu corazón te agradecerá por tu honestidad. Y aquellos a quienes amas no te amarán menos. Lo prometo. En lugar de eso, estarán agradecidos por tenerte de vuelta, herida quizá, pero en el camino hacia la sanación y el perdón, y mucho más fuerte y vibrante por ello.